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Todo evoluciona y la alimentación humana no es una excepción. La necesidad de la ingesta de alimentos ha devenido, para la mayoría de las personas, en ser un placer cotidiano y, para no pocas, un acto que reclama mucha atención para que, sin abandonar lo sensual, sea saludable.
Desde su aparición en el mundo el ser humano tuvo la necesidad perentoria de alimentarse para subsistir y, para cumplir con esta natural exigencia contó con el gran beneficio de ser omnívoro.
Esta prerrogativa le permitió sobrevivir tanto de la caza como de la recolección de frutos.
La primera gran revolución de la humanidad se da en el periodo Neolítico y fue ocasionada, principalmente, por el descubrimiento de la agricultura.
El cultivo de la tierra aseguraba el abastecimiento de una mayor diversidad de alimentos y la posibilidad de guardar los sobrantes para las épocas de escasez o para comerciar.
A partir del Neolítico la historia de la humanidad devino ligada con la de su alimentación y ésta, con la del medio ambiente existente donde cada nación se había asentado.
El medio ambiente limitaba al hombre a la siembra y la crianza de solo las especies que sus condiciones admitían obligándolo a comerciar, con otros asentamientos, para llenar los vacíos que sus dietas reclamaban.
En la actualidad la alimentación ha generado la actividad más intensa de la humanidad al tener que, cubriendo la necesidad primaria de subsistir, atender las exigencias de los consumidores que van desde las meramente sensuales hasta las que atañen a su salud o su estética.
