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Desde que en el neolítico se crearon los primeros villorrios, junto a los campos de cultivo y los establos, es que se inició un movimiento estético y práctico para que, en los hogares, cada cosa estuviera en su lugar, cumpliera sus funciones y, que en conjunto, dieran una sensación de orden y artístico balance. Nacía la decoración.
Iniciada la civilizada costumbre de que cada familia tuviera un ámbito domiciliario en las villas, su hogar, empezó también la necesidad de que cada cosa tuviera un lugar de acuerdo a la finalidad para la que fue creada.
De tal manera sucedió que cocinas, dormitorios y salas contaban con los muebles que eran útiles para las funciones a que se dedicaba cada espacio.
El primer paso estético, fuente incomparable de la decoración, fue el orden: que cada cosa estuviera en su lugar.
Pero lo que convirtió a la decoración en un verdadero arte provino de tres circunstancias: del aumento de ideas, modas y estilos, del muchísimo más grande de cosas y objetos que colocar en, lo que sería la tercera cuestión, los diversos tipos de viviendas y sus distintos ambientes.
Profunda es la huella que ha dejado el arte de la decoración en la historia de la humanidad. Este rastro fue generado por los estilos que se impusieron a mérito de la gran inventiva y criterio estético de geniales artesanos que creaban maravillosas cosas: muebles, pinturas, porcelanas, gobelinos, alfombras, esculturas y muchas obras más.
Elementos decorativos salen con profusión de: los artistas, la naturaleza, la tecnología y el buen gusto de profesionales, los decoradores, que son, también, quienes se encargan de colocarlos con estética disposición.
Los decoradores de hogares cumplen con entregar belleza y placentera comodidad en el importante lugar donde discurre la vida familiar.
